“Niño de la calle”, óleo Fernand Pelez, 1880
EDINSON RAMÍREZ
Lima | 26 MAR 2025
Los niños tienen algo especial. Esa… no inocencia. Culpabilidad. Esa aceptación de ser culpables de algo que los lleva a esconder su culpa contra todo, buscando artimañas y chivos expiatorios.
Claro que son inocentes, pero más especial ante mis ojos son sus mentiras. Porque con ellas se comienza a mover todo un engranaje de sobrevivencia. Conocen allí el miedo, la rabia, la ansiedad. Se cablean más de lo que su cuerpo podría soportar.
De pronto, miras a sus ojos y les crees, aún sabiendo que no debes hacerlo. Al fin y al cabo, entrar en las mentiras de los niños es también volver a ser uno. Es regresar a ser parte de la pandilla. De adulto la inocencia muere y la culpabilidad se castiga.
De niño, todo está permitido, hasta los crímenes más aviesos. Porque no es culpa, al menos no directamente. Fue llevado a ello. Fue forzado por los vicios adultos a replicar como burbujas tecnicolores sus pecados más monocromáticos.
Llegan a un mundo que no pidió su existencia y tienen que aprender a bregar con lo que les toca.
En lugares en donde la masa del hambre se hornea desde generaciones, uno no puede culpar a estos seres que nacen a la vida por aferrársele con uñas y dientes, pero también con el acero de las balas y navajas. Son culpables de todo y a la vez, de nada.
Sus acciones los mueven hilos que nunca verán. Y deberá de continuar así, tal vez. Si son capaces de divisarlos dejarán la infancia y entrarán a la realidad de los panaderos.
Qué especiales son los niños. Que mentirosos y peligrosos son. Inocentes, sí. No hay duda de ello. Pero… bueno. Como si no lo supieras.
*Los artículos son estrictamente de opinión que responden al estilo y a la forma del autor. Todos los escritos de opinión son ajenas al equipo de redacción de MISCELÁNEA y llevan un autor al inicio; en efecto, por preservar el derecho a la libre expresión, la revista será imparcial. La revista puede no coincidir con la forma de pensar del autor, pero siempre la respeta.