LESLY ORÉ
17 ABR 2025
En la actualidad y en el último siglo se han podido observar múltiples avances en los diversos campos de estudio, tales como las ciencias y las tecnologías. Ello ha provocado que el hombre empiece a crear imperios que le susciten grandes ganancias a cambio de poca inversión, mano de obra barata y leyes que avalen sus actos. Todo con la ambiciosa finalidad de multiplicar cada vez más sus fondos en los bancos, escalar socialmente y vincularse con grupos más dominantes de estos tiempos.
Nada malo hay en que uno desee superarse social, económica y profesionalmente. El problema radica cuando, cegado por el deseo exorbitante de ser “alguien”, el individuo se olvida de dónde viene, hacia dónde va y cuál es la verdadera finalidad en este mundo. No debemos olvidar que todos y cada uno de nosotros tiene solo una vida para vivirla y con conciencia de su significado.
En esta dirección, ¿por qué debemos hacer el bien y considerar a los demás, si solo disponemos de una vida para vivirla y, en principio, nadie debe intervenir en lo que no le concierne?
Existe una frase muy conocida: “El karma existe” —No hagas a otros lo que no te gustaría que te hagan—. Si bien puede parecer una frase antigua e incluso cliché, refleja una realidad vigente, pues vivimos en una sociedad donde los valores y la ética han experimentado cambios drásticos con el tiempo. Cada ser humano tiende a velar por sí mismo y el bienestar de los suyos —en teoría es así las relaciones—, pero no habitamos en un mundo desvinculado. Los seres humanos somos sociables; ahora, que vivamos en una sociedad carente de responsabilidad colectiva y solidaridad es un tema aparte.
Quien asume un cargo político se dedica a llenarse de dinero y/o bienes materiales antes de preocuparse por el bienestar de la gente que confió en él. En ese contexto, la población —al estilo Fuenteovejuna— sentirá vergüenza e indignación al observar cómo, en nombre del “desarrollo” los políticos hacen de los poderes populares sus juegos de mesa, es así como nosotros nos hemos vuelto una sociedad más pasiva e indiferente, aceptando injusticias y distantes de los problemas que nos afectan.
Es sabido que los seres humanos, a medida que crecen, van interiorizando los valores transmitidos dentro de la familia. En este sentido, es menester, pues, que empecemos por nosotros mismos, por una transformación personal. Si aspiramos a que nuestro país perciba cambios significativos en las próximas décadas, ello dependerá única y exclusivamente de nosotros, de nuestras acciones. Todo proceso de cambio empieza con el ejemplo que los mayores brinden a los más pequeños.
No es posible que nos estemos acostumbrando a despertarnos con un bombardeo de noticias desagradables sin que ello suscite una reacción colectiva significativa. Dejemos de ser simples espectadores. Nuestro país nos necesita. Solo asumiendo un rol activo en la transformación social responderemos a las urgencias actuales.
Si continuamos comportándonos de manera irracional —una actitud que se suele comparar con la de los animales, en tono despectivo— es decir, actuando como seres que no gozan de la capacidad de raciocinio, incapaces de distinguir entre el “bien” y el “mal”, pues no pasará mucho para que, si no nos matamos unos a otros, nos extingamos como los dinosaurios y quizá solo de esa manera podamos librar a este mundo de una raza “distinta” que tanto daño ha causado a la naturaleza y a los que habitan en ella.
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