RODRIGO DÍAZ DE LAS CASAS
Perú | 13 ABR 2025
La Fórmula 1 es un deporte que siempre ha sido una pasión en mi familia. No eran solo autos corriendo en círculos; eran historias de valentía para alcanzar la gloria. En casa, se hablaba de lo grandes que eran Ayrton Senna y Michael Schumacher, de sus hazañas en la pista, de cómo marcaron una época. Y luego se sumaron Fernando Alonso y Lewis Hamilton, pilotos que continúan escribiendo historia en la categoría con su talento y rivalidad.
Mi primer contacto real con la Fórmula 1 llegó en 2013, cuando Sebastian Vettel ganó su cuarto mundial tras dominar aquella temporada con su poderoso Red Bull, conquistando cada pista como si fuera invencible. Lo vi consagrarse campeón en el Gran Premio de India, donde aseguró su cuarto título consecutivo. Pero en ese momento, la Fórmula 1 aún no era mi mundo; era solo un evento de automovilismo que veía sin una conexión real.
Sin embargo, todo cambió en la temporada 2014. El primer destello de algo diferente fue Mónaco. Al ver aquella carrera, me pude dar cuenta de que había algo especial en ese escenario: calles estrechas, muros desafiantes y una enorme atmósfera de historia y prestigio. Nico Rosberg ganó aquel día. Pero, más allá del resultado, hubo un magnetismo en la carrera que me atrapó. Por primera vez, quería entender por qué esa victoria importaba tanto y por qué cada maniobra tenía tanto significado. Fue la primera chispa.
La verdadera transformación llegó más adelante. Más precisamente, en el Gran Premio de Hungría. Dicha carrera marcó un antes y un después en mi vida, ya que fue el inicio de una era. Ese espectáculo, lleno de adelantamientos, choques, estrategias cambiantes y emoción pura, me atrapó por completo. A partir de ahí, la Fórmula 1 dejó de ser un simple entretenimiento y se convirtió en una cita obligatoria. Y Singapur terminó de sellar mi destino. Aquella noche, bajo las luces, con la ciudad brillando como un escenario de película, supe que tenía la necesidad de continuar viendo este deporte.
Lo que no sabía en ese momento era que la Fórmula 1 no solo me enseñaba sobre el deporte. Me estaba mostrando mi propio camino. No solo me había atrapado como aficionado; me había dado una vocación. La emoción de cada carrera, la manera en que cada historia se desarrollaba en la pista, la necesidad de contarlo, de analizarlo, de compartirlo, hicieron que me convirtiera en periodista deportivo.
Hoy, miro hacia atrás y veo que cada carrera fue una pieza de un rompecabezas más grande. Lo que comenzó como una pasión familiar se transformó en el motor de mi propia historia. La Fórmula 1 no es solo un deporte; es el hilo que ha tejido mi vida, la razón por la que hago lo que hago y, sobre todo, la prueba de que la magia existe para quienes saben dónde buscarla.
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