Jean-Antoine Watteau, La sorpresa, 1719
FRANCISCO TORREALBA
España | 13 MAR 2025
La irrupción de las redes sociales ha revolucionado radicalmente la comunicación pública, convirtiéndola en una práctica accesible y cotidiana para millones de personas. La posibilidad de transmitir en vivo a través de plataformas como Instagram, Facebook o TikTok ha democratizado la voz, permitiendo que cualquier individuo alcance una audiencia global. Sin embargo, esta democratización ha traído consigo nuevos desafíos, especialmente en relación con la gestión de las emociones asociadas a la exposición pública.
La glosofobia, o miedo escénico, se ha intensificado en este nuevo contexto digital. La inmediatez de las transmisiones en vivo, la falta de control sobre las respuestas del público y la presión por proyectar una imagen perfecta generan una ansiedad que puede manifestarse en síntomas físicos y emocionales, como taquicardia, sudoración, temblores e incluso bloqueos mentales.
Aunque el miedo a hablar en público no es exclusivo de las redes sociales, como señala Agustín Rosa Marín, las particularidades de estos medios amplifican esta ansiedad. La cultura de la comparación constante y la búsqueda incesante de validación propias de las redes sociales incrementan la presión por ofrecer un desempeño impecable.
Teorías psicológicas como la de la Evaluación Negativa, de la Autoconciencia o del Aprendizaje Social, constituyen sólidas estructuras conceptuales que buscan desentrañar la complejidad de la experiencia humana. Estos modelos teóricos no solo describen fenómenos psicológicos, sino que también proponen mecanismos causales y predicen patrones de comportamiento que favorecen la gestión emocional al momento de hablar en público.
Otra teoría de naturaleza neurobiológica es la del circuito del miedo, la cual indica que el miedo activa una red de estructuras cerebrales interconectadas, incluyendo la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal. Cuando se percibe una amenaza, la amígdala envía señales de alarma al cuerpo, desencadenando una respuesta de lucha o huida. Esta respuesta fisiológica puede manifestarse a través de síntomas como taquicardia, sudoración y dificultad para respirar, los cuales son comunes en personas que experimentan miedo escénico.
Es fundamental considerar que las particularidades inherentes al acto de hablar en público, como la inmediatez de la interacción, la imposibilidad de controlar las reacciones del público en tiempo real y la naturaleza pública y permanente de las intervenciones, pueden exacerbar significativamente la ansiedad. La falta de un margen de error y la exposición a un juicio instantáneo generan un nivel de presión que puede resultar abrumador para muchas personas, más allá de la personalidad individual o las experiencias previas.
En este contexto, la cultura imperante en las redes sociales, caracterizada por la comparación constante, la búsqueda incesante de validación y la idealización de la imagen pública, agrava aún más la situación. La exposición constante a la vida aparentemente perfecta de otros usuarios genera una sensación de inadecuación y aumenta la presión por ofrecer un desempeño impecable. En el caso específico de las redes sociales, la respuesta del público, a menudo inmediata y visible, puede ser interpretada como un reflejo directo de la propia valía, lo que a su vez alimenta la ansiedad anticipatoria.
Además, la naturaleza amplificada de las plataformas digitales, donde una publicación puede alcanzar a un público masivo en cuestión de segundos, incrementa la sensación de vulnerabilidad. La posibilidad de que un comentario negativo se viralice y tenga un impacto duradero en la reputación en línea puede generar un miedo paralizante.
Ante este escenario, resulta imperativo redefinir nuestra relación con las emociones en la oratoria. Durante mucho tiempo, se ha promovido la idea de que el orador ideal es aquel que exhibe una calma imperturbable y una perfección absoluta. Sin embargo, esta visión no solo es irreal, sino que también limita la capacidad expresiva y la conexión con la audiencia.
La emoción, lejos de ser un obstáculo, es un elemento fundamental de la comunicación humana. Al reconocer y aceptar nuestras emociones, podemos transformarlas en una herramienta poderosa para transmitir nuestras ideas de manera más auténtica y memorable.
La vulnerabilidad, lejos de ser una debilidad, puede generar empatía y conexión con el público, demostrando que somos humanos y que compartimos experiencias comunes.
En lugar de buscar la perfección, debemos centrarnos en la autenticidad. La audiencia valora la sinceridad y la pasión más que una presentación impecable. Al mostrar nuestras emociones de manera genuina, podemos crear una conexión más profunda y significativa con nuestro público.
De allí que es necesario educarnos en gestión emocional para poder aprovechar el potencial de nuestras emociones. Esto implica aprender a identificar nuestras emociones, comprender sus causas y desarrollar estrategias para regularlas. Al hacerlo, podemos transformar la ansiedad en entusiasmo y la inseguridad en confianza, abandonando esa idea de lucha o combate que muchos promueven en formaciones y entrenamientos de hablar en público.
Para transformar el miedo escénico en placer escénico y dominar nuestras emociones en el escenario, es fundamental seguir una estrategia; en este caso, se recomienda una basada en los principios de la terapia cognitivo-conductual:
El primer paso es identificar las causas específicas de nuestra ansiedad. ¿Qué nos preocupa exactamente? ¿Es el juicio de los demás, la posibilidad de olvidar el discurso o el miedo a la evaluación negativa? Al comprender las raíces de nuestro miedo, podemos desarrollar estrategias más efectivas para gestionarlo.
La preparación es clave para reducir la ansiedad. Es esencial conocer a fondo nuestro tema, organizar las ideas de manera clara y concisa, y practicar la presentación varias veces. La práctica no solo nos hará sentir más seguros, sino que también nos permitirá identificar posibles áreas de mejora.
La exposición gradual es una técnica eficaz para gestionar cualquier miedo. Consiste en enfrentarse a situaciones que provocan ansiedad de forma progresiva, comenzando por aquellas que generan menos miedo y avanzando gradualmente hacia situaciones más desafiantes. Por ejemplo, podemos empezar practicando nuestra presentación frente a un espejo, luego frente a un familiar y, finalmente, ante un público más amplio.
Si abandonamos el control y aprendemos a gestionar nuestro miedo escénico, aumentaremos nuestra autoestima y creeremos más en nuestras capacidades. Todos tenemos algo valioso que aportar, y al aprender a gestionar nuestra ansiedad, podemos expresar nuestras ideas con claridad y convicción, enriqueciendo nuestras relaciones y alcanzando nuestros objetivos.
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