Desde esa perspectiva, estas tendencias han influido en la forma en que construimos y consumimos narrativas. Las noticias se consumen en tiempo real, a través de fragmentos cortos y sensacionalistas, y las que convienen al comunicador y sus intereses. Esta forma de consumir información genera una visión distorsionada de la realidad, simplificando problemas complejos y fomentando la polarización.
FRANCISCO TORREALBA PACHECO
España | 21 ENE 2025
En la era digital, la información y los bienes materiales se encuentran al alcance de un clic. Esta accesibilidad instantánea ha moldeado una sociedad que demanda gratificación inmediata, donde la paciencia, la honradez y el esfuerzo parecen ser virtudes en desuso. La cultura de la inmediatez, como se ha denominado a este fenómeno, ha permeado todos los ámbitos de la vida, desde las relaciones personales hasta el mundo laboral.
Es decir, en nuestra sociedad, el desarrollo de esta cultura del “todo inmediato” ha venido afectando nuestras expectativas y lastra de nosotros aquello que es trascendente, llenándonos de miedos, haciéndonos creer que lo único existente es el “hoy y el ahora”, lo cual tiene una influencia directa sobre el fenómeno del vacío existencial.
Desde esa perspectiva, estas tendencias han influido en la forma en que construimos y consumimos narrativas. Las noticias se consumen en tiempo real, a través de fragmentos cortos y sensacionalistas, y las que convienen al comunicador y sus intereses. Esta forma de consumir información genera una visión distorsionada de la realidad, simplificando problemas complejos y fomentando la polarización. Nadie puede negar que las redes sociales han permitido a los movimientos sociales movilizar a grandes masas de personas en tiempo real y visibilizar causas que antes eran marginadas. Sin embargo, este activismo digital a menudo se caracteriza por su carácter efímero y su tendencia a la viralización de contenidos sin un análisis profundo de las problemáticas subyacentes.
Según Zygmunt Bauman, todo esto ha dado lugar a una "modernidad líquida", en la que las relaciones sociales y las instituciones son cada vez más frágiles y efímeras. Esta fragilidad dificulta la construcción de narrativas colectivas sobre la justicia social, ya que estas narrativas requieren de un tiempo y un esfuerzo sostenidos para consolidarse.
La justicia social, en este contexto, se convierte en un eufemismo para la envidia y el resentimiento, donde algunas demandas de igualdad se confunden con la exigencia de obtener lo que otros han logrado digna y honradamente. Este camino labrado posiciona ideologías deshumanizantes y, sobre todo, dominantes; con ello se cercenan derechos y libertades en pos de una “falsa igualdad”. Términos en los cuales se ha expresado Jordan Peterson, quien en reiteradas ocasiones ha advertido que la búsqueda de una igualdad absoluta lleva a la negación de las diferencias individuales y a la imposición de ideologías totalitarias.
Sin darnos cuenta, apelando a nuestra inocencia, hemos ido aceptando una mentalidad de corto plazo, donde las emociones erosionan valores fundamentales, pareciendo que la frase popular “no me des, ponme donde hay” es el credo de hoy.
Paremos un momento. Miremos alrededor. Hablamos mucho de ser empáticos, pero vemos “cancelaciones” a diario, exigimos libertad de expresión, pero satanizamos a quienes no opinan ni apoyan lo que deseamos, utilizando para ello tonos despectivos y peyorativos, acusando de intolerantes a quienes proponen orden, tachamos de tradicionalistas en los casos donde el libertinaje no es aceptado, promovemos diálogo, pero solo priorizamos las necesidades individuales y el consumo, perdiendo de vista el bienestar colectivo, porque tenemos derecho a todo, sin importar el esfuerzo requerido ni las consecuencias generadas.
Todo ello ha sido catalizado por la inteligencia artificial y el big data. Algoritmos diseñados para predecir nuestros intereses y hábitos de consumo, nos ofrecen información personalizada en tiempo real, reforzando así nuestras burbujas de filtro y polarizando aún más nuestras opiniones. La capacidad de recopilar y analizar grandes volúmenes de datos ha permitido a las ideologías manipular nuestras emociones y comportamientos, creando una sociedad hiperconectada pero profundamente atomizada.
Nuestra educación nos alimenta la expectativa de que nuestros deseos deben ser satisfechos de manera instantánea y sin obstáculos. Esta mentalidad ha socavado los principios de justicia social, ya que se tiende a percibir cualquier desigualdad como una injusticia que debe ser corregida de inmediato. Es así como la envidia se ha convertido en una emoción omnipresente en esta cultura. Al comparar constantemente nuestras vidas con las de los demás a través de las redes sociales, surge un sentimiento de insatisfacción y resentimiento. La justicia social se reduce entonces a un eufemismo para la envidia, donde se busca nivelar hacia abajo en lugar de trabajar para mejorar las condiciones de todos.
Ante este panorama, resulta imperativo repensar nuestras relaciones sociales y proponer un nuevo modelo de convivencia basado en principios humanos fundamentales. Estos principios, universales y atemporales, deben guiar nuestras acciones y decisiones, tanto a nivel individual como colectivo; fueron ellos los que les dieron orden y progreso a nuestros países; su ausencia hoy está trayendo caos y desorden.
La construcción de una sociedad más justa y equitativa requiere un esfuerzo conjunto y sostenido. Al adoptar los principios humanos como norma social, podemos superar las divisiones y construir un futuro más prometedor para todos. Es fundamental que cada uno de nosotros asuma su responsabilidad y trabaje para crear un mundo en el que la dignidad, la empatía, la justicia, la solidaridad, el respeto y la responsabilidad sean los pilares fundamentales de nuestras relaciones, pero debemos estar en disposición de pagar el precio que ello conlleva.
Por un lado, aceptar que la mirada del otro, diferente y divergente, es necesaria para ello. Además, tenemos que ceder, sí, ceder. Sobre todo, en los aspectos que más colisionan con nuestros anhelos individuales, para construir en colectivo.
De igual manera, es necesario desarrollar estrategias de comunicación que combinen la inmediatez de las redes sociales con la profundidad del análisis y la reflexión, promoviendo la educación en medios, redes sociales y la alfabetización digital. Para así lograr que la IA y el big data sean herramientas al servicio de todos, es necesario desarrollar marcos éticos sólidos que garanticen su uso responsable. Es fundamental promover la transparencia y la rendición de cuentas en el desarrollo y la implementación de estas tecnologías.
Paremos un momento para accionar, porque construir colectivamente es posible y podemos lograrlo, porque, como dijo Savater, “quien tolera lo intolerable termina viviendo de una manera miserable”.
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