GEORGE MASLUCÁN
LIMA | 24 DE FEBRERO DE 2025
Alfonso Ugarte es hasta el día de hoy uno de los lugares más concurridos de Lima, y por qué no decir del Perú.
Es justamente por esos lugares donde la prostitución se desempeña más que un oficio; es una vida, una muy superficial vida, que aniquila sentimientos, emociones y hasta la vida.
Esa gentil avenida donde media Lima — hasta la actualidad, ahora con más variedad de mujeres, por supuesto — va a calmar sus bajas pasiones, y porque no decir el lance prostibulario.
“¡De frente al grano, mi amor, nos están viendo!”
Fue una expresión casi espantosa, bastante sensual y llena de coquetería, cuando, uno de los furtivos días, me acerqué a una sexotrabajadora para preguntarle si podía hacerle tres preguntas, aunque bastante fue mi desilusión cuando me negó, porque dijo que la estaban viendo. Aunque debo admitir que la señorita que prestaba trabajo sexual estaba bien otoñal y con bastantes arrugas en el cuello, las arrugas de su rostro no se veían demasiado, pues estaban tapadas con un maquillaje mal difuminado.
Es meritorio aclarar que todas las prostitutas están resguardadas, en parte por los policías — que dicen que hacen su trabajo — y en parte por jóvenes motorizados, la gran mayoría venezolanos, que hacen el trabajo del mandadero, que van y viven de un lugar a otro, trayendo carteras, cambiando billetes o comprando condones. Solamente no entran a los cuartos de los hoteles, aunque puede que haya uno que otro que sea un voyerista.
Es de rigor, y claro que infaltable, a veces los viernes por la noche, los sábados o los domingos, unas señoras vestidas con túnicas largas, con un parlante a la izquierda y micrófono en mano, gritando y vociferando al Señor Dios, aunque ningún transeúnte les hace caso. Les aseguro, y con toda la sinceridad del mundo, que las putas ganan más dinero que ellas en los 45 minutos que pierden su tiempo hablando, y claro, causando una contaminación acústica.
El presente no es un reportaje de salud sexual y menos de salud pública; sin embargo, debido a la sensibilidad del asunto, es preciso mencionar este tema que es de bastante importancia en contextos como este. Si bien la prostitución es un foco inevitable y apetecible de una expresión sexual patogénica, es decir, que carece hasta lo más mínimo de una expresión higiénica, no es impedimento para que mucha gente sin responsabilidad alguna sobre su cuerpo y los daños que podrían causarle ese revuelco de no más de 20 minutos con la puta.
En países como el Perú, las prostitutas bailan con los policías; es decir, los que guardan el orden social no son impedimento para que la prostitución cese sus labores. Este oficio se ha vuelto tan natural en el Perú, o al menos en Lima lo es —no generalizo Latinoamérica porque no he estudiado esos lugares—.
Me he tomado el tiempo de recurrir, entre 10 a 12 días seguidos, a veces en la mañana y a veces en la tarde. Muy pocos días he ido al mediodía, iba únicamente para estudiar la rutina de las sexotrabajadoras, y fue grande mi sorpresa cuando escuché a dos señores decir: “En la mañana son más limpias estas putas”. Claramente, el varón es más superficial en temas de sexo y algunos de amor — no generalizo —, pero las personas se sienten atraídas por el peligro y el morbo. ¡Es por supuesto morboso la prostitución al aire libre!
La prostitución es un oficio — como diría Arguedas —, de todas las sangres, pues a un paso se encuentra a una zamba, a una mulata, a una blanca, a una trigueña, a una morena. Ahora mismo, en estos tiempos, la gran mayoría son venezolanas, hay peruanas, pero son escasas y algunas están bastante bien cotizadas. Es curioso, porque en los años 50, las prostitutas — casi todas — eran
peruanas, había selváticas, que se decía que eran de un esparcimiento nalgatorio muy bien dotado, había limeñas, y ¡Oh, suerte! se encontraba alguna colombiana o ecuatoriana, pero en general se encontraba de todas partes. En aquellos años, la prostitución se ejercía con mayor regularidad en Huatica, antes 20 de Septiembre y hoy Renovación; aquella zona de putería se acabó en el gobierno de Odría.
En lo que concierne al horario de atención al público, esto varía de acuerdo con los gustos y las necesidades, es decir, de aquellos que desean salir de la rutina sexual común, en pareja.
Detallo los horarios; he dividido por primeras, segundas y terceras prostitutas:
Las primeras prostitutas, las más frescas — como se menciona arriba —, las más limpias, algunas joviales y otras no tan joviales, salen al promediar las 9 y 9:45 de la mañana, aunque esto varía entre los días. Aunque aquella hora parece nula y casi intransitada, hay personas que desean tirar un polvo regularmente bien — o bueno para algunos — y acuden a los servicios de esas recién levantadas señoritas. La ropa no cambia entre el turno de la mañana y de la tarde y noche, aunque he visto un par de casos en los que las que atienden en la mañana no atienden en la tarde, pero hay chicas avezadas que atienden desde la mañana hasta la noche; son pocas, pero las hay. Sin embargo — esta es una observación — la ropa que usan en la mañana suele estar un poco más limpio; más adelante detallaré aquello.
Las segundas prostitutas aparecen al promediar el mediodía, siempre usando la ropa de ocasión: un escote que no tapa el ombligo, una minifalda que solo tapa la parte delantera y trasera, y unas zapatillas. No usan tacos; asumo que lo hacen por comodidad. ¡Imagínese usted pararse todo el día en una calle, es cansado! Si todas usaran tacos, vivirían con dolor en el riñón y no rendirían en la cama. ¡Sería una inmundicia!
Las terceras prostitutas son las que aparecen a eso de las 3, 4 o 5 de la tarde. No vienen limpias; algunas vienen con escotes blancos, que, para mala suerte, se marcan por una mancha de algo líquido o viscoso, no lo sé, justo en la parte de los pezones. Seguro ello se origina por la fricción que hace el ocupador en los pechos de la servidora. No aseguro, pero creo que la mayoría de las que acuden en la tarde vienen de hacer servicios VIP, es decir, un servicio mucho más delicado y naturalmente técnico.
Todos los horarios varían de acuerdo con los días, no son estables; algunas suelen salir más temprano y otras prefieren descansar, luego de la ardua noche. Algunas que salen temprano son las más longevas, de cuerpos maltrechos y abominables, que, desde luego, al salir temprano, seguro que les cae uno que otro servicio.
Ahora les comento sobre las tarifas y los tiempos, y desde luego sustento que no todas las putas son monopólicas.
Los servicios datan de distintos precios y, claro, que distintas mujeres; las meretrices que trabajan alrededor de Plaza Dos de Mayo no son gustosas a la vista simple, y ello ocasiona que tengan un menor número de clientes, lo cual lleva a tener unos precios cómodos. Van de entre 35 soles y 60 soles, depende del tiempo: 35 soles es 20 minutos, 45 soles es 30 minutos, 55 soles es 45 minutos y 60 soles es una hora completa. — Ellas dicen — "trato de pareja, caricias, besos y sin apuros". Aunque cabe no desmerecer la ocupación de estas, sus clientes preguntan cada 30 minutos los tarifarios.
En la avenida Alfonso Ugarte, al frente del Hospital Arzobispo Loayza, es la mayor aglomeración de putas. La mayoría son jóvenes y venezolanas; generalmente suelen caminar de arriba hacia abajo y lo hacen en grupos de 5 a 7 mujeres, siempre con escotes. Algunas con enterizos tricolores y otras simplemente con minifaldas. El maquillaje es bastante bien notado; algunas se hacen unos delineados extremadamente finos y otras se aplican un rubor excesivo, pero es su caracterización. El precio de estas no es estándar, es un poco elevado.
El precio no baja, pero sí sube: “50 soles el servicio media hora sin contar el hotel, que es 15 soles; trato de pareja, oral con pre, vaginal igual”. Técnicamente, hablando, se refiere al coito vaginal con preservativo y la felación de la misma forma, y si gustan ocuparse de la puerta vecina — no todas dan este servicio — es: “30 soles adicionales; en total serían 80 más 15 el hotel”.
Resalto y aclaro: La disposición de la hora depende de la sexotrabajadora; por lo general, al preguntar el precio, te brindan la tarifa más cómoda y el tiempo más corto. Son pocas las que acceden a un servicio sin preservativo y algunas tampoco dan besos en la boca; pero si realizan la felación, es por, como dijo una de ellas: — “Cuestiones de exclusividad para la pareja” —, cuestionable, pero es su filosofía.
Brevemente comentaré una observación bastante detenida, que seguro les sorprenderá.
Ahora, una sorpresa mucho mayor que me llevé es que los que mayormente se ocupan son personas de 36 a 50 o un poco más de años. Algunos señores que desean una atención más pulcra y una conversación más serena citan a la meretriz al frente del hospital Loayza; sucede que el ocupador espera y el servicio llega. No se saludan, pero sí empiezan a conversar como si hubiesen dejado la plática a medias. El tiempo que se mantienen allí es de 25 a 30 minutos. Supongo que conversan de todo un poco, pero es claro: los ocupantes más longevos conversan más que los jóvenes.
Dado por finalizada la plática, recurren a un hotel, sin cruzar la avenida, solo a unos pasos atrás, es decir, viniendo hacia Plaza Dos de Mayo. El tiempo que tardan en el hotel, las ocupantes longevos va desde los 20 a 38 minutos calculados; esto varía. La hipótesis que planteo es que conversan unos 20 minutos adentro, los que se demoran casi cuarenta minutos, claro, y lo que sobra lo ocupan para el oficio del placer.
Los señores mayores tardan más en el servicio que adquieren; el máximo tiempo que mi persona ha calculado es de 38 minutos. Aquí hago una breve comparación: al observar a un ocupador joven y el tiempo transcurrido dentro del hotel con la servidora, que oscilaba entre 18 y 22 minutos, cabe resaltar que seguramente han adquirido los servicios por “polvo”, es decir, el servicio acaba cuando el ocupador llega al clímax. Este tiempo calculado no es definitivo y puedo haberme equivocado.
En cuanto a los hoteles, en su mayoría, por no decir todos, son bastante sucios, aunque hay algunos cuyos pisos son limpios; algunos parecen abandonados, con unas puertas despintadas y asquerosas. El olor que desprenden no es nauseabundo, es un olor a trago, cigarro y uno que otro compuesto que se usa para limpieza. De los 3 hoteles que visité, 2 de ellos estaban bastante limpios y el que sobraba estaba un poco descuidado, y los precios son similares, algunos 15 soles, otros 20 soles. Todos los cuartos tienen baño, aunque algunos no lo tienen.
¡Era de esperarse! ¡Cómo no! Una vez finalizada la jornada, las que salen primero son las servidoras; algunas salen acomodándose el escote o los enterizos, no estoy seguro, pero al parecer no usan sujetadores. ¡Es una pérdida de tiempo tener que desprenderse de tanta ropa! Pero, si salen primero las sexotrabajadoras, y luego el ocupador que ya ha saciado su ávido deseo, quiere decir que, —como decía Denegri—, no lavan al combatiente inaltivo.