YEFFERSON REYES QUINTO
Perú | 19 MAR 2025
Soy un tipo bastante apático, de esos que vive imbuido en su propio mundo. Tal suceso ante los ojos del mundo es una rareza; no obstante, lo mencionado es lo más normal que hay a la redonda.
Cada quien vive a su modo y templanza. No hay nada de raro en eso. Ya bien lo dijo Rosa Montero: lo denominado raro es lo más normal que puede haber en la rutina de las máscaras. Por el contrario, ser normal es una rareza. Si partimos del hecho de que todo hombre es máscaras, pues le es inevitable al individuo de a pie mostrarse tal cual es frente a los demás por cuchucientas razones.
Por ende, fingir se muestra predecible y los resultados inmediatos, por ejemplo, el goce dionisíaco, la hacen aún más apetitosa. En ese sentido, es más fácil y conveniente vender una imagen ensalzada, digna de respeto. Lo que reduce al “mamífero lóbrego” a un ser de apariencias y de conveniencias. El hombre no busca sino su propia satisfacción. Todo individuo es egoísta en esencia. Anhela la felicidad eterna y, en esa búsqueda quimérica, daña a diestra y siniestra.
A decir verdad, el verdadero hombre aguarda bajo las sombras y quien osa adentrarse en lo pantanoso termina desencantado. El ardid es la sobreactuación. El tiempo distendido no hace sino mostrar la miasma humana.
Lo expresado es la rutina de la fragilidad. La raquítica esperanza radica en que la felicidad es posible. Aunque lo único cierto es que la felicidad existe, pero es tan efímera que apenas se deja sentir. La brevedad impulsa el deseo de volver a sentir lo vivido. La singularidad del placer embauca al hombre y lo orilla a saciar, de algún modo u otro, lo anhelado. Al final de cuentas, esa repetitividad se vuelve un vicio.
¡Ay, pero qué poco consecuente es el hombre! ¡Qué caradura que es! ¡Qué falso e hipócrita! Nadie le niega ni le prohíbe que ande en busca de la ansiada felicidad. Lo reprochable, por donde se le mire, es la manera oprobiosa y nada transparente de lograr tales ambiciones. Aquí, casi nadie es santo. Todo hombre siente una inclinación, hasta el extremo de una fascinación encomiable, por vulnerar las reglas existentes o alterarlas a su conveniencia, como los dizque “padres de la patria” lo hacen a vista y paciencia de la ciudadanía. ¡Qué estupidez! ¿Realmente el hombre es sabio?
Admito que, como toda persona, cargo con mis propias penas y, en la medida de lo posible, me hago responsable de las decisiones que he tomado a lo largo de mi existencia. Si no fuese así, estaría traicionando mis ideales. No poseo la verdad absoluta ni mucho menos la persigo, pero sí sueño -utópicamente - con entenderme con mis semejantes en un futuro cercano.
Sí, este soy: un punto expansivo. Soy los sueños de niño y las realidades de joven/adulto. Caigo en cuenta, el hombre es altivo. La pesada nube gris lo arrasa todo. No hay espacio para la esperanza ni para un llano optimismo. Lo que acontece en el mundo es una chanza sin son ni ton. Todo es circular. Los hechos que generan indignación no son más que suspiros en medio de un verano acuciante. Es decir, un hálito disperso. Al día siguiente la cosa sigue, no hay reproche que dure ni que carcoma al hombre libre. La vida es estar sumido en el limbo. Mejor dicho, lavarse las manos. Sabe mejor rehusar. Un dicho popular reza: la vida debe continuar. La esperanza no sobrevive a la crueldad del hombre. No hay consenso, sólo una verdad que somete.
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